Esta mañana he madrugado mucho, muchísimo; algún día, más de
uno, he llegado a casa mas tarde de la hora en la que hoy el despertador me ha
sacado de los brazos de Morfeo. Y es que tenía que pillar un avión que
despegaba a las 07:00 A.M. y a 120 kilómetros de la cama en la que estaba yo
tan ricamente. La cosa es que una vez acoplado a mi exiguo asiento, cinturón
abrochado, mesita plegada, móvil apagado, bla, bla, bla… entré en un estado de
letargo próximo al sueño al lado de una jovencita a la cual no sé si en algún
momento molesté con mis ronquidos si es que los emití porque yo no me oigo
roncar salvo que lo haga a todo volumen.
Bueno, a lo que iba… que en ese estupendo y soporífero
estado me encontraba yo cuando empecé a pensar en los inicios de la aviación
comercial. Además de carísimo, volar era de lo mas glamuroso; se vivía una auténtica
aventura en aquellos viejos tiempos. Todo era mucho mas simple que hoy,
empezando por las propias aeronaves, las instalaciones aeroportuarias, las
medidas de seguridad… La evolución de todo lo que rodea a los vuelos de
pasajeros nos ha traído hasta un estado de cosas muy democrático y low cost.
Cuando antes viajar en avión era símbolo de clase y distinción, hoy se ha
convertido en un hecho de lo mas cotidiano, tanto como coger un autobús de línea
de los de antaño, tanto que ni dios le hace caso a la azafata cuando explica
como abrocharse el chaleco salvavidas (esto es por si el vuelo Sevilla-Madrid
aterriza de emergencia en un charco). Hasta hace no mucho tiempo, fardaba mucho
contar tus venturas y desventuras de aeropuerto, utilizando la terminología
apropiada para adornar si cabe un poco el relato, que de por si ya destilaba
distinción y clase.
Se ha pasado de la hélice al reactor, del piscolabis by the
face al catering de pago, de la azafata buenorra al sobrecargo barbilampiño y
del obligatorio mostrador de facturación a la tarjeta de embarque en el
smartphone. Algunas cosas han evolucionado a mejor y otras no tanto. Claro está
que me estoy refiriendo a las líneas comerciales mas domésticas y populares,
porque lo que desconozco en absoluto son las sensaciones de un vuelo privado,
de pocas plazas, sillones anchos y confortables, refrigerios a tutiplén, lujos
variados y tripulaciones de nivel. Lo
que sí se ha perdido para siempre es aquella sensación de intrepidez y aventura
que rodeaba un viaje en avión.